Me lanzan salvavidas desde cubierta pero no me agarro a ellos no sea que me arrastren hacia el fondo.
El oleaje no es demasiado fuerte, pero llevo tanto tiempo nadando y estoy tan cansada que las olas me superan con facilidad y trago mucha agua.
En el recibidor de la casa de mis padres había una lámpara horrible : un viejo chino de alabastro grisáceo que sostenía en su cabeza una pantalla de pergamino ocre. Su vejez, las largas barbas y la túnica le daban un aspecto tan exageradamente débil que una se preguntaba cómo podía aguantar día tras día el peso de la luz en su cabeza.
La primera vez que mi cuñado entró en casa no pudo dejar de decir:
- Mira que es feo el puto chino.
La broma duró muchos años. De vez en cuando mi cuñado me preguntaba si todavía vivía el chino, si mi madre aún no le había dado pasaporte. Cuando yo intentaba hacerle entender que a mi madre el chino le gustaba, que esa era su idea de decoración elegante, él exclamaba:
-¡Pero si es muy feo, el puto chino!
Su mujer intentaba que no insistiera, preocupada por si los comentarios de Pepe me pudieran molestar. Pero yo me lo pasaba en grande oyéndolo insultar al puto chino.
Muchos años después, en una de mis visitas rutinarias a casa de mis padres, al abrir la puerta eché de menos la lámpara. Le pregunté a mi madre y me dijo que , para su disgusto, se había roto por un golpe de aspiradora. Los pedazos eran tantos que no había quedado más remedio que tirarlo a la basura.
Poco después un horrible jarrón de alabastro rosado ocupaba el rincón que antes ocupara la lámpara. Orgullosa mi madre me lo enseñó preguntándome que me parecían tanto el jarrón como su pedestal y las flores artificiales.
-No está mal, le dije. Pero donde esté el puto chino…